Opinión Migración 030421

Bajo Reserva

 

Gobernación y los migrantes

La secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, decidió darle marcaje personal a la atención del caso del homicidio de Victoria Esperanza Salazar Arriaga, por lo que activó diversos organismos dependientes de la Segob como es el caso de Conavin y el Instituto Nacional de Migración. El objetivo que le trazó a las áreas a su cargo fue claro: evitar impunidad y apoyar en todo lo posible a su familia. En ese contexto se explica que en Jueves Santo hablara vía telefónica con la mamá de la víctima; coordinara apoyos para su familia con el gobernador de Quintana Roo, Carlos Manuel Joaquín González; e impulsara que el INM le entregara a sus hijas tarjetas de visitantes por razones humanitarias. El problema es que el tema del control migratorio, contrario a lo que ocurría en otras administraciones, ya no recae únicamente en Gobernación, por lo que este trato hacia la familia de Victoria no tiene garantía de repetirse hacia otra víctima migrante. (El Universal, Opinión,p.2)

 

Frontera: cicatriz que sangra

 

La frontera entre México y Estados Unidos “es una cicatriz que sangra”. Así la describió en 1997 el escritor mexicano Carlos Fuentes. En ese mismo año, según el Centro Pew, entraron 1.2 millones de inmigrantes legales e indocumentados a Estados Unidos. Y seguramente en 1997, como ahora, había mucha gente que decía que se trataba de una crisis.

 

La verdad es que esa frontera siempre ha estado en crisis. Es una crisis perpetua desde su creación tras la guerra entre México y Estados Unidos en 1848. En mis clases de primaria en la Ciudad de México nos enseñaron que México fue obligado a ceder la mitad de su territorio a Estados Unidos por 15 millones de pesos con el Tratado de Guadalupe Hidalgo. Muchos no cruzaron la frontera sino que la frontera los cruzó a ellos. Desde entonces ha sido, a la vez, una zona de conflictos y de extraordinaria hermandad. Y siempre ha habido debates y dilemas sobre los que cruzan del sur al norte, y preguntas sobre cuántos deben cruzar cada año.

 

Como periodista me ha tocado cubrir a todos los presidentes -y sus políticas migratorias- desde Ronald Reagan hasta la fecha. Nunca ha sido fácil. Y esto es lo que -creo- es preciso hacer para encontrar una solución a largo plazo: aceptar más inmigrantes legalmente. Muchos más.

 

“La frontera no está abierta”, me dijo en una entrevista el secretario de Seguridad Interna, Alejandro Mayorkas. Pero “lo que hemos descontinuado es la crueldad de la pasada administración”. Bueno, parece ser que en Centroamérica solo escucharon la parte de que se acabó la “crueldad” y por eso están llegando en grandes números.

 

No debería sorprender que esto ocurra en una frontera que divide al país más rico y poderoso del mundo de la región más desigual del planeta. Lo que está ocurriendo es que los más pobres y vulnerables en medio de una pandemia se están yendo a un lugar más próspero y seguro. Así de lógico y sencillo. Y así va a seguir por mucho tiempo.

 

Debido a la pandemia, América Latina ha vivido su “peor crisis social, económica y productiva” en 120 años, según la CEPAL. Y México ha sufrido mucho.

 

Más de 200 mil mexicanos han muerto y su economía cayó 8.5 por ciento en el 2020. Esto además del terrible e intratable problema de la violencia de los cárteles. El Comando Norte de Estados Unidos informó recientemente que “entre 30 y el 35 por ciento de México” está en control de “organizaciones criminales transnacionales” y que eso tiene un efecto negativo en la frontera.

 

¿Qué hacer? Aceptar la realidad y crear un sistema que pueda absorber de manera legal, eficaz, rápida y segura a muchos de los inmigrantes y refugiados que vienen del sur. Van a seguir llegando y no hay otra solución. La inversión de cuatro mil millones de dólares en Centroamérica, como quiere el presidente Biden, es un buen comienzo para atacar el origen de la migración. Pero tardará años en dar resultados.

 

¿A cuántos inmigrantes legales debemos aceptar anualmente? Entre millón y medio y dos millones cada año.

 

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, dice que, según sus cuentas, “la economía estadounidense va a necesitar entre 600 mil y 800 mil trabajadores por año” y que sería mejor llegar a un acuerdo con Estados Unidos a que traten de entrar ilegalmente. Tiene razón.

 

Estados Unidos es un país de inmigrantes y necesitará muchos más para la recuperación económica después de la pandemia, para reemplazar a la creciente población que se jubila y también, según argumentó recientemente el periodista Andrés Oppenheimer, para compensar por las bajas tasas de natalidad en Estados Unidos. El problema es que nuestro sistema migratorio está quebrado, caduco y no refleja las nuevas necesidades del país y del hemisferio que comparte.

 

Por eso la frontera parece que revienta. Es ahí donde chocan las aspiraciones de los nuevos inmigrantes con un país que se resiste a modernizar su manera de recibir y absorber a los recién llegados.

 

Carlos Fuentes lo dijo correctamente. La frontera entre México y Estados Unidos está sangrando. Vive una crisis permanente. Y el primer paso es reconocerlo y aceptar, con solidaridad y generosidad, que hay que darles la bienvenida a más inmigrantes. Como dicen en México: no hay de otra. (Jorge Ramos Ávalos, Reforma, Opinión, p.8)

 

La xenofobia que escondemos

 

A los mexicanos nos gusta presumir de recibir con los brazos abiertos a las personas de fuera. Sentimos que somos un país donde el hospedaje es un valor con el que cargamos todos. Es cierto, pero depende de dos factores muy importantes que no admitimos: el tipo de extranjeros y la finalidad con la que entran a nuestro territorio. El trato no es el mismo a un turista de Europa o Estados Unidos, que al guatemalteco o salvadoreño. Y ni se diga del venezolano o cubano que llegan a nuestro país buscando mejores oportunidades, porque a ellos los vemos con recelo. Pregúnteles como los tratan en migración. Esta es la realidad que escondemos, pero que en ocasiones deja reflejarse.

 

Nos indignamos ante la situación en la frontera norte, con nuestro vecino poderoso, pero cuando se trata de lo que sucede en el sur, entonces las cosas cambian y el discurso es otro. Tan solo con ver los comentarios que hace la gente respecto a temas relacionados con migrantes en el país, especialmente centroamericanos, se deja mostrar la xenofobia y racismo de la población mexicana. Criticábamos a Donald Trump, pero celebrábamos cuando la Guardia Nacional evitaba el paso a las caravanas centroamericanas. Tal es nuestra contradicción. No resulta raro ver, en las notas periodísticas en Facebook, a la gente llenando de corazones y me gusta las noticias que muestran cómo se evita el paso de migrantes al territorio mexicano por la frontera sur. Sin embargo, cuando el hecho sucede en Estados Unidos, de manera inmediata mostramos nuestra inconformidad y rechazo a tales acciones.

 

La historia oficial se ha encargado de taparlo, de hacernos pensar que los mexicanos siempre hemos sido las víctimas de las potencias extranjeras y sus ambiciones. Sí lo fuimos, pero no se habla mucho sobre la invasión militar de Antonio López de Santa Anna a la región del Soconusco en 1842, acción que protestó Guatemala. A penas se está reconociendo la masacre de aproximadamente trescientos chinos en Torreón, el 15 de mayo de 1911. Ante esto resulta relevante hacernos las preguntas: ¿Se hablará en los futuros libros de historia del país sobre los conflictos actuales de la frontera sur?, ¿sobre los 16 migrantes guatemaltecos asesinados en Tamaulipas?, ¿sobre Victoria Salazar, la migrante salvadoreña asesinada por policías mexicanos?, ¿o seguiremos   solo celebrando nuestros logros ante las intervenciones extranjeras? Todos los que conformamos la población mexicana, necesitamos replantearnos nuestra visión sobre cómo vemos a las personas del exterior. (Ignacio Anaya Minjarez / El Heraldo de México, Opinión, Online)

 

Liberales y conservadores / La muerte de Victoria demuestra que sí, son iguales

 

El asesinato, porque eso fue, de la salvadoreña Victoria Esperanza Salazar Arriaza, a manos (o, mejor dicho, rodillas) de una mujer policía de Tulum, Quintana Roo, evidenció que a pesar del discurso oficial, el actual gobierno es igual a los anteriores.

 

De nada sirven las buenas intenciones y su repetición “didáctica” si no se planean y ejecutan las decisiones necesarias para cambiar nuestra realidad. La detención y ejecución irresponsable de la ciudadana centroamericana evidenció la falta de un protocolo y de una mística de servicio comunitario.

 

Ante la apatía y la actitud despreocupada de sus compañeros, una oficial de policía de Tulum sometió a la salvadoreña que, por las imágenes difundidas, no parecía estar, en ese momento, en plenitud de sus sentidos. Si estaba ebria o drogada, es aparte. Igual se le debió detener con apego a un manual, con respeto a sus derechos humanos y sus garantías individuales. Se le debió trasladar al Ministerio Público, si había indicios suficientes de que había cometido una falta, o tenerla a buen resguardo, temporalmente, para que no se pusiera en riesgo a sí misma o a los demás.

 

En cambio, se siguió el camino fácil de la imitación.

 

Así como Derek Chauvin, policía blanco de Minneapolis, sometió y mató al afroamericano George Floyd, el 25 de mayo de 2020, en el vecindario de Powderhorn, así Verónica “N”, de Yucatán, terminó con la vida de Victoria Salazar, presionando su rodilla sobre el cuello de la salvadoreña.

 

En Estados Unidos, la muerte de Floyd provocó una ola de protestas bajo la bandera de Black Lives Matter, contra el racismo y la discriminación y aportó al resultado de las elecciones presidenciales de aquel país.

 

Aquí, el asesinato de Victoria, ocurrido el pasado sábado 27 de marzo, tuvo una reacción pálida. Sí, hubo movilizaciones de mujeres en Quintana Roo y otros estados de la República, ayer, aquí en la CDMX, pero no pasó a mayores.

 

¿Por qué? ¿Porque era una extranjera, porque vivía en la miseria emparejada con un sujeto que la maltrataba y abusaba sexualmente de la menor de sus dos hijas, porque tuvo la mala suerte de quedarse en México y no seguir su camino hacia los Estados Unidos, huyendo de la violencia y la falta de oportunidades? O simplemente ¿porque ya comenzaban las “vacaciones” por la Semana Santa, porque la gente ya está harta del encierro y quería salir, porque ya no queremos saber de malas noticias o porque como no era mexicana no iba a haber tanta bronca?

 

Una muerta más una muerta menos, ¿a quien le importa? ¿Realmente fue por eso? Sinceramente deseo que no.

 

El crimen de Victoria Salazar ocurrió en Tulum, un destino turístico que está de moda para ir a reventarse sin medida sanitaria de por medio, en un acto compartido de irresponsabilidad de turistas, autoridades y prestadores de servicio locales. ¿Hubiera sido distinto si le hubiera ocurrido a una joven mexicana, perdida en la “vida loca”?

 

Eso puede suceder en cualquier momento si no se toman acciones efectivas desde el Gobierno Federal y los gobiernos estatales y municipales. Ser policía no es un orgullo en este país: mucho riesgo, mucho trabajo, poco sueldo y cero prestigio. Y si además de eso no se les capacita. De poco sirve mirar a los problemas desde el cristal de la autocomplacencia y el autoengaño.

 

Monitor republicano

Es previsible que después de Semana Santa y Pascua, aumentarán los contagios de Covid-19. El cuento de nunca acabar. (Y ahí viene el Día de las Madres). (Amador Narcia, El Universal, Opinión, p.6)

 

Migración: El dolor de un calvario

 

Las escenas son desgarradoras. Madres con niños en brazos, mientras de la mano arrastran a otro pequeñito; caras de hambre, de profundo dolor, en jóvenes que ya tienen los surcos del calvario labrados en el rostro. Raquitismo, ojos febriles, piel quemada por el sol y pies destrozados por las ámpulas de las largas caminatas.

 

Se lanzan a un infierno del que ni siquiera saben si van a salir, lo que lleva a pensar en los tamaños del que salieron. Se juega la vida con la esperanza de hacer realidad el conseguir mejores condiciones.

 

Las corrientes migratorias crecen en todo el mundo. Hay quien deja su terruño por hambre y por temor a la violencia; otros huyen de guerras, persecuciones y conflictos internos que dejan millas de muertos. El Orbe está plagado de tragedias económicas, políticas y sociales, que obligan a moverse a un cada vez mayor número de personas.

 

Un problema sin solución, al que más gobiernos tienen que enfrentarse. Es irresoluble porque, las “tierras prometidas”, a las que tantos aspiran a llegar, pierden capacidad para recibirlos, sea por su economía, por el rechazo de sus habitantes o la renuencia de sus gobernantes.

 

La desigualdad se generaliza y son pocos los enclaves en los que hay equidad. Donde la pobreza es mínima y la administración pública ofrece ayudas excepcionales para permitir una sobrevivencia digna. Algunos países de la vieja Europa ejemplifican lo que debería ser connatural al resto del planeta. Existe la seguridad social y se tiene acceso a la educación, la vivienda, la alimentación y la salud. Son garbanzo de a libra frente a continentes como el africano o las realidades de América.

 

Joe Biden llegó con un gran ímpetu por paliar los sentimientos xenófobos, de odio hacia los extranjeros, impulsados ​​desde la bocaza Trumpiana. Miró hacia los “dreamers”, los más de cien mil “hispanos” que llegaron de pequeños a la que consideran su patria, pero siempre indocumentados y en la mira de la

 

autoridad migratoria. Buscó de entrada que se les reconozca y dote de papeles.

 

Llamó a permitir la “entrada ordenada” de los miles que tratan de cruzar la frontera, desde México. El cruel convenio con el amiguete del tlatoani, Trump, hizo que el tabasqueño desplazara a la guardia nacional a la frontera sur, para detener el intento de las enormes caravanas. Lo consiguió hasta que salió de la Casa Blanca, el peor presidente de Estados Unidos, pero cercanísimo al populista de Palacio.

 

En una especie de revanchismo, AMLO abrió lo que ahora tiene que cerrar, en vista de su incapacidad para adquirir vacunas contra el Covid, las que mendigó a Biden, aunque el intercambio tuvo precio.

 

Por humanista que sea un gobierno, un mandatario, se requiere una migración ordenada, que a la vez evite que entren al país fugitivos de la justicia y delincuentes indeseables. Se necesitan controles para apoyar a los que llegan y darles un trato digno y conforme a Derechos Humanos.

 

AMLO insiste en que con la ayuda monetaria a Centroamérica –como la que dio- se frenarán estas olas: quimera pura. Estas naciones tienen tales precariedades que ni se solucionan regalándoles dinero ni tienen solución a corto plazo (Solo organizándoles un plan de desarrollo, que abarque todos los aspectos del acontecer nacional, medio único para conseguir que se queden donde nacieron).

 

Una tragedia actual, de una humanidad doliente que solo busca se letrate con dignidad. (Catalina Noriega, El Sol de México, Opinión, p.12)

 

Cruzando líneas | La frontera que no existe

 

ARIZONA – La frontera se recorre con todos los sentidos, los propios y los ajenos. Es un ente vulnerado y prostituido que se ve a través de muchos ojos. Ahora una lupa le quema las entrañas. La miopía la burla, la transforma y la destroza. Lo hacemos todos desde realidades propias o inventadas. No es una crisis. Es el espejo de pesares ajenos que no queremos hacer nuestros. Esto pasa en donde quiera.

 

Los rumores van y vienen. En Estados Unidos se habla de una crisis de migrantes burlando ríos y cercos o de una invasión de “pobrecitos” muy peligrosos por su atrevimiento y su necesidad; en México, de la “limpia” luego de Trump. Los migrantes opinan poco y creen mucho. Tienen hambre de saber, de tener, de pertenecer y de estar.

 

Hay una percepción errónea de que ahora es el momento para cruzar, que las puertas de Estados Unidos se abrieron y que cualquiera puede instalarse en el trillado sueño americano. No es así. La pandemia le puso un candado a la frontera; sigue cerrada.

 

No son solo los migrantes que esperan en México los que son engañados; el oasis de falacias se propaga en Centroamérica. Una mentira repetida mil veces no se convierte en una verdad. Esa frontera de la que les hablan no existe.

 

Lo cierto es que salen muchos más de los que entran. La emergencia sanitaria tiene en pausa las solicitudes de asilo y ese beneficio migratorio sigue siendo una medalla al sufrimiento que se le da solo a aquellas personas que pueden comprobar que la vida se han ensañado con ellas.

 

Pero hay grupos de Facebook o de WhatsApp en donde se dice de todo menos la realidad. A los que quieren llegar al Norte les aseguran que los cruzarán tranquilos por unos miles de dólares, que pueden llegar todos, que la nueva administración de Biden les dará papeles, que la necesidad económica o el mero sueño será suficiente… y tampoco es así.

 

A los estadounidenses les dicen que están llegando en masas, miles tras miles, que se brincan cercos y atraviesan desiertos en manadas, que hay cadenas humanas en los ríos, que vienen desesperados, que todos entran y que no se irán jamás. Tampoco es cierto.

 

La desinformación de lo que pasa en la frontera es peligrosa y pone en riesgo a los que vienen y a los que están varados en México. Se topan con pared. Y ya viene otra caravana.

 

Hemos aprendido poco o nada. Cambiamos de presidente y los niños migrantes vuelven a abarrotar los centros migrantes. Donde caben 250, hay miles. Las condiciones son deplorables, las familias vuelven a sufrir una separación cuando no han terminado de sanar la anterior. La historia se repite.

 

El problema no es de una administración sino el sistema obsoleto de inmigración, independientemente de quién sea presidente. Es un fenómeno que venimos arrastrando desde hace décadas cuando dejamos de tratar a la persona como humano… cuando le pusimos un número de caso a sus sueños y olvidamos la complejidad de migrar.

 

La frontera de la que muchos hablan no existe. Las palabras importan.

 

Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística para prensa y televisión en México, Estados Unidos y Europa. (Maritza Félix, el Sol de México, Opinión, p.13)

 

En Sábado Santo

 

La migración es el fenómeno que con mayor dramatismo expresa el resultado de décadas de injusticia general hacia los sectores de población más necesitados.

 

Se acumularon los temas que palpitan en esta Semana Santa. Algunos de tal inmensidad que son imposibles de resolver pronto. Otros, como el de usar los instrumentos de la democracia para mejorar el gobierno, son atendibles si los afrontamos y remediamos con decisión.

 

En efecto. Es momento para reflexionar sobre el primer lapso del gobierno del presidente López Obrador y si queremos seguir con un Legislativo Federal que aprobó financiar proyectos tan cuestionados como el del nuevo aeropuerto, la refinería y el Tren Maya o los programas sociales defectuosamente administrados y aplicados. Diputados que no crearon los indispensables apoyos a las pequeñas y medianas empresas, que a diario zozobran por anemia financiera.

 

De repetirse el predominio de Morena en el Congreso, habremos de esperar muchas más iniciativas presidenciales tan azarosas e inconstitucionales como las de petróleos y de electricidad recientemente enviadas.

 

Más que en muchos casos anteriores, la suerte del país está en juego. Definidos los candidatos para la Cámara de Diputados que se renovará el 6 de junio, es necesario que la ciudadanía cuelgue en una percha su desinterés y se resuelva a salir a expresar con firmeza si desea que sigan en marcha las cosas como en la primera mitad de este sexenio.

 

Hay que contrarrestar el abstencionismo y promover un activo interés por participar en las elecciones para tener un gobierno fuerte y valiente, sólidamente integrado por representantes conocedores de los temas que han de examinar referentes al complicado mundo. En el angustiante tópico de la migración, nuestro país debe y puede actuar con criterio propio y atender con eficacia y sentido humano los intereses nacionales y los de otros países, muy especialmente los de nuestros hermanos centroamericanos.

 

La migración es el fenómeno que con mayor dramatismo expresa el resultado de décadas, si no de siglos, de injusticia general hacia los sectores de población más necesitados. El mundo ha iniciado el tercer milenio con tan intensa desigualdad de condiciones materiales y espirituales que son miles de millones de seres humanos los que buscan desesperadamente, en otras tierras, escapar de su realidad de sufrimiento cotidiano: los dolientes contingentes, que con sus famélicas familias se arrastran atravesando fronteras selladas por ciegos nacionalismos, egoísmos económicos y torpes burocracias.

 

La comunicación actual nos presenta privaciones, violaciones a derechos, horrores de los que huyen los migrantes y refugiados y que ningún televidente tiene la más remota posibilidad de atender o remediar desde su casa. Vemos a sirios, birmanos, yemenitas, afganos, tibetanos y centroamericanos caminando cientos de kilómetros para llegar a la tierra de las oportunidades.

 

En un ambiente que ha sido regido por criterios de crudas ventajas mercantiles, sin referencia alguna a conceptos superiores al de la ganancia económica, ni mucho menos por orientaciones espirituales, intentar remediar las causas profundas de la desigualdad, injusticia o equidad de género resulta casi imposible.

 

Afortunadamente, el ser humano es positivo por naturaleza. Así está programado. Se sabe imperfecto y que la perfección la encontrará en los ideales que lo rebasan y trascienden. Esta irrefrenable búsqueda de mejora hace que ninguna tragedia, por más horrenda que sea, lo venza. Siempre subsiste la aspiración de superación.

 

Es esa la energía que dinamiza la reconstrucción social que urge.  Las soluciones de hoy, a principios todavía del siglo XXI, las tenemos a la mano en los instrumentos técnicos, administrativos y económicos que hemos heredado y completado.

 

Con esos elementos realizaremos, por ejemplo, una magna integración económica y cultural que abarque, con ingredientes modernos, nuestra zona de influencia.

 

El ser realista no esteriliza la aspiración. Es conocer el trampolín del que nos lanzamos. La base de donde se parte emplea los instrumentos con que se cuenta. En el uso del talento y la experiencia acumulada está el secreto para la salir de la jaula del mohoso fierro.

 

Es esta la lección de esta Semana Santa para los que sin oscuras premoniciones ya se avocan la tarea actuar con respeto a la dignidad humana y no repetir en los años que vienen desastres ya tan sufridos por mujeres y niños inocentes.

 

Es este el esquema mental que esperamos de una nueva Legislatura producto del 6 de junio que, libre de la disciplina oficial, independiente de las obsesiones anquilosadas del Ejecutivo y acompañada de un Poder Judicial honorable y señorial, sea por fin el ágora donde se ventilen y aprueben las decisiones el mundo espera de nosotros. (Julio Faesler, Excélsior, Opinión, p.9)

 

Un Estado que propaga desinformación en medio de la pandemia

 

Venezuela es considerada uno de los cinco países en el mundo en donde el Estado ha desarrollado mayores capacidades para poner en ejecución operaciones de propaganda en-línea. Desde el Estado venezolano se han realizado operaciones de ciberacoso usando trolls al menos desde 2009 y operaciones automatizadas para impulsar tendencias de opinión desde 2010. La pandemia de COVID-19 ha sido otro territorio para operaciones de guerra informativa ejecutadas por el aparato comunicacional oficialista venezolano.

 

Bajo el estado de alarma por la pandemia de COVID-19, el Estado venezolano continuó sus prácticas sistemáticas de violación de derechos civiles y políticos de ciudadanos, en este caso de personal de salud, enfermos, migrantes y periodistas. Médicos y enfermeras fueron víctimas de hostigamiento por denunciar el colapso del sistema de salud pública, incluso en comunicaciones privadas como sus estatus en WhatsApp o notas de voz originalmente destinadas a amigos, que llegaron a circular viralmente.

 

Uno de los casos emblemáticos es la detención de Julio Molina, un médico de 72 años, acusado de provocar pánico, causar estrés en la comunidad e incitar al odio. Esta detención arbitraria se realizó alegando la inconstitucional Ley contra el Odio, después de que Molina denunciara que el Hospital Núñez Tovar, en el oriente del país, no tenían insumos para afrontar la emergencia.

 

Aunque pareciera que las campañas encaminadas a promover los desórdenes informativos sólo atañen al ecosistema digital, en el contexto venezolano ha habido evidencias de la existencia de estrategias de desórdenes informativos usando medios tradicionales, al menos desde el año 2002. En el ámbito de los desórdenes informativos asociados al COVID-19, la televisión de señal abierta, específicamente los canales bajo control del Estado venezolano han sido frecuentemente usados para la introducción del contenidos engañosos, manipulados o propagandísticos.

 

El segundo canal de propagación de este tipo de contenidos desde el oficialismo fue Twitter, usando las redes oficiales de la administración pública; el tercer canal fue WhatsApp, especialmente con el uso de notas de voz que simulaban filtraciones; y la cuarta vía fueron los canales gubernamentales en Telegram, por donde se envían a diario las ordenes operativas para posicionar las etiquetas oficialistas. Finalmente, las etiquetas oficiales cuentan con el apoyo de decenas de miles de usuarios del Sistema Patria que se activan como tuiteros patriotas para optar a los bonos de céntimos de dólar que se reparten entre quienes usan las etiquetas del día.

 

En Twitter, observamos un patrón de introducción de operaciones de desinformación vía comentarios en respuestas a tweets de periodistas populares, usando cuentas inauténticas. También observamos que las cuentas inauténticas suelen usar seudónimos y con frecuencia sus imágenes de perfil parecieran generadas por inteligencia artificial. También se observan indicios del uso de granjas de trolls y de operaciones de astroturfing, que simulan opiniones orgánicas de ciudadanos o de activistas de base, pero que en realidad responden a líneas de propaganda dirigidas a presentar como eficiente la gestión oficialista de la epidemia.

 

Se han realizado operaciones de desinformación que inician con rumores o filtraciones en WhatsApp, generan debates polarizados en Twitter y terminan en desmentidos en los canales de comunicación oficiales, como fue el caso de las noticias tendenciosas de la instalación de los hornos crematorios en el estacionamiento del centro de espectáculos de El Poliedro, en Caracas.

 

Entre los desórdenes informativos más importantes registrados en Venezuela en el año de pandemia destaca la estigmatización de los migrantes venezolanos en retorno como “armas biológicas” contra el país. Tanto Nicolás Maduro como otros funcionarios de su administración llegaron a decir en transmisiones oficiales por TV que los migrantes retornados son “armas biológicas” introducidas en Venezuela por el presidente de Colombia, Iván Duque.

 

El 20 de mayo de 2021, Nicolás Maduro acusó públicamente al gobierno de Colombia, de “contaminar” a Venezuela con autobuses llenos de gente infectada. La declaración de Maduro marcó el inicio de una política gubernamental de estigmatización de los migrantes. Las ordenes oficiales fueron denunciar a través de correos electrónicos a personas que habían retornado, marcar las casas donde se sospechara que había migrantes y concentrar a los migrantes en los centros de confinamiento. Además, se mantuvo un discurso oficial incriminatorio por bioterrorismo contra Colombia y Brasil, países a los cuales se les acusa de la infiltrar el virus a través de sus fronteras con Venezuela. (Iria Puyosa, El Universal, Opinión, On line)