Opinión Migración 120921

Nada nuevo bajo el sol

En 2005, escribí en este espacio de EL UNIVERSAL, la historia de una joven migrante salvadoreña, que fue arrojada desde el tren llamado La bestia en marcha. La última vez que supe de ella, le habían amputado una pierna y estaba muy grave.

En 2011, escribí en este mismo espacio la historia de María Marisol Ortiz Hernández, procedente de Honduras, quien llegó a principios de octubre a la Casa del Migrante San Juan Diego en la colonia Lechería, con su hijo de un año de edad, el cual, según el sacerdote que dirigía el lugar, lloraba mucho, quizá porque estaba enfermo, quizá porque tenía hambre. La madre no tenía un centavo y pidió ayuda económica y recibió cien pesos de un alma caritativa. Semana y media después, su cadáver apareció en una zanja junto a las vías del tren y se desconoce el paradero del bebé.

Hace unos días, la migrante venezolana Alejandra Gutiérrez, que entró a México con una caravana y venía con su esposo, cuatro hijos (de 13, 5, 3 y 1 año) su madre y su hermana, perdió a su niña de 3 años durante el enfrentamiento con agentes del Instituto Nacional de Migración y de la Guardia Nacional en Chiapas.

Estas son solo tres historias de las muchas que hay de los migrantes ilegales que llegan a nuestro país y todas ellas son siempre terribles.

Esto no es nuevo. En el siglo XIX el gobierno mexicano invitó a trabajadores europeos a venir acá. 325 personas, en su mayoría hombres y todos italianos, desembarcaron en Veracruz y fueron conducidos a sus lugares de trabajo. Un mes después habían muerto 200 por hambre y enfermedades. Este modelo se repitió con otros “invitados”, a los que después de hacer venir de muy lejos les daban tierras yermas, salitrosas, estériles, un salario bajísimo, pésima comida, y se les hacía dormir en el piso “como perros y no como cristianos que somos,” según relató uno de ellos. Algo parecido sucedió con los coreanos que trajeron a trabajar al sureste por convenios con el gobierno de ese país.

Quienes salen de sus lugares de origen tienen razones poderosas para ello: el antisemitismo dijo el judío, el Gran Turco dijo el libanés, el nazismo dijo el austriaco, el franquismo dijo el español, el comunismo dijo el ruso, “el hamble, siemple el hamble” dijo el chino.

Las migraciones desde Centroamérica comenzaron en los años ochenta del siglo pasado, pues las personas huían de la guerrilla y de la represión. Sin embargo, con todo y la acción de agencias como la ACNUR y la COMAR, se los deportaba.

Hoy ese flujo se ha intensificado, y por el sur llegan además de ellos, caribeños, sudamericanos e incluso africanos, que dicen desear pasar a Estados Unidos. Algunos se pierden en el camino porque se quedan en algún lugar del territorio mexicano, porque mueren o porque los esclaviza la delincuencia. Los que libran esas tres cosas, se quedan varados en campamentos en Tijuana o Reynosa.

En 2016 escribí aquí mismo: “Cada vez más personas huyen de sus países buscando refugio en otros. Millones se mueven de un lado a otro del planeta para salvar su vida o mejorar su situación. Para quienes abandonan sus lugares de origen y dejan atrás a parientes y amigos, a sus muertos y sus posesiones es muy difícil, pero también lo es para quienes viven en los países a los que llegan, pues incluso con las mejores intenciones humanitarias, se trata de una irrupción que genera un cambio muy fuerte en lo social y lo cultural. Es el enfrentamiento entre el paradigma liberal e ilustrado que supone que todos deben y pueden aceptar al otro, y el paradigma conservador y nacionalista que considera que desde por razones religiosas y culturales hasta por razones concretas de trabajo, vivienda y servicios, el “otro” es un competidor, cuando no francamente un enemigo. Entre estos dos extremos se ha movido siempre el mundo y se sigue moviendo hoy. Pero nunca ello afectó de manera tan brutal a tantos millones de personas que están allí, frente a nuestros ojos, sufriendo y sin que parezca vislumbrarse solución”. (Sara Sefchovich, El Universal, Opinión, p. A 11)

Tragedia y represión

Las escenas transmitidas por diversos medios de comunicación, nacionales y extranjeros, hablan por sí mismas. Las caras de terror, angustia y miedo de cientos de mujeres, niñas, niños y hombres golpeados, pateados, empujados con violencia, como si se tratara de miembros de un grupo criminal, por policías/soldados de la Guardia Nacional y agentes del Instituto Nacional de Migración (Inami). ¿Se irá a sancionar al sujeto que pateaba la cara de un hombre rendido cargando a su hijo? ¿Dónde queda la responsabilidad de las autoridades superiores de esa penosa institución? ¿Nada que decir por parte de la Comisión de Derechos Humanos? Da tristeza confirmar que se ha convertido en un fantasma.

El presidente López Obrador intentó justificar lo anterior con el argumento de que era preferible detener a estos migrantes para protegerlos de los riesgos que correrían al transitar por nuestro territorio rumbo a la frontera con Estados Unidos. ¿Exculpó así a los agentes que con evidencia violaron la ley? Todos los gobiernos tienen la obligación y el derecho de cuidar sus fronteras, decidir quiénes las pueden cruzar y bajo qué requisitos, pero lo más relevante es cómo hacerlo.

El tema no es nuevo, desde siempre múltiples encuestas hechas por El Colegio de la Frontera Norte y el Colegio de la Frontera Sur sobre los migrantes extranjeros en tránsito y sobre nuestros propios paisanos encuentran que un altísimo porcentaje sufre extorsiones, abusos, golpes, asaltos por bandas criminales con frecuencia coludidas con las propias autoridades mexicanas; les roban sus pocas pertenencias, violan a sus mujeres y los encierran en casas de seguridad hasta que sus parientes en Estados Unidos manden su rescate. Una verdadera tragedia.

En un triste contraste, la misma encuesta preguntaba a los migrantes detenidos por la Patrulla Fronteriza, una vez que lograban cruzar la línea, sobre el trato que recibieron por parte de los agentes de esa corporación; la mayor parte de ellos declaraban que habían sido tratados con firmeza pero con respeto, rara vez eran víctimas de violencia. Por supuesto que hay patrulleros abusivos, corruptos y violentos, pero en los casi 10 años que trabajé el tema, fueron pocos los casos y cuando los hubo, se detonaban protocolos binacionales para iniciar las investigaciones del caso.

Con frecuencia, los cónsules mexicanos los denuncian ante sus superiores o inclusive en los tribunales donde se han ganado múltiples sentencias condenatorias y/o cuantiosas indemnizaciones.

Dudo mucho que se les dé esa oportunidad a los haitianos y centroamericanos que pasan por esa experiencia en nuestra frontera sur. Colegas míos han promovido por la vía de transparencia y acceso a la información que el Inami informe sobre el supuesto proceso iniciado contra los agentes involucrados. Veremos si responde o si lo va a reservar por razones de “confidencialidad o seguridad”.

Estamos, pues, en presencia de un abuso más que confirma que no se ha avanzado en la depuración y profesionalismo de una dependencia del gobierno que tiene un rol central en materia de seguridad nacional y seguridad pública; que distintos gobiernos han sido incapaces de construir un servicio civil de carrera capacitado, con buenos salarios y estímulos para su mejor desempeño, a la vez que se cumpla con el principio de cero tolerancia a quien se encuentre culpable de violentar derechos humanos fundamentales.

En contraste con el trágico panorama descrito, hace casi 10 años tuve la responsabilidad de supervisar a la Comisión de Ayuda a Refugiados. Desde entonces gozaba de muy buen prestigio, reconocida en la ONU por contar con profesionales expertos y comprometidos con los peticionarios de asilo o refugio que llegan a nuestro país. La actual coyuntura es una oportunidad para que esta comisión sea la principal autoridad que entreviste a los migrantes y decida si son acreedores a la protección del Estado mexicano porque regresarlos a su país de origen los expondrá a la miseria y violencia que sin duda pondrán en riesgo sus vidas. Ojala que la Cámara de Diputados le aumente su actual raquítico presupuesto a un nivel acorde con la enorme tarea que hoy enfrenta. (Gustavo Mohar, Excélsior, Nacional, p. 14)

Frentes Políticos

  1. Honores. Llegó a México Ken Lee Salazar, el embajador de EU. En un perfecto español, parafraseando la letra de la canción: ¡México Lindo y Querido!, llegó, procedente de Denver, Colorado, un político demócrata que se caracteriza por el uso de sombrero vaquero color blanco y una gran experiencia en el tema migratorio, el sector energético y el calentamiento global. A su arribo comentó que Biden lo envió a México para asegurarse de que los dos países tengan prosperidad y para transmitirle al presidente López Obrador su compromiso de seguir trabajando juntos, así como resaltar la importancia que tiene la relación bilateral, que los llevará a que conquisten la pandemia por covid-19. Ni duda, vienen buenos tiempos diplomáticos. (Frentes Políticos, Excélsior, Nacional, p. 15)

Cartón

Muro a la mexicana

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(Chelo, El Universal, Opinión, p. A11)